El engaño del siglo XX

Artículo original publicado por Carlos Abehsera en su blog http://carlosabehsera.wordpress.com

La civilización occidental sufre una epidemia sin precedentes de enfermedades cardiovasculares y de diabetes tipo 2 que hace unos cien años eran dolencias prácticamente desconocidas en nuestra sociedad por ser poco habituales. Desafortunadamente, como en muchos otros aspectos de nuestra vida, estas epidemias son producto de la inagotable capacidad de la mayoría de los políticos para estropear todo lo que tocan. En efecto, la recomendación inicial de reducir el consumo de grasas -ese principio que muchos médicos abrazan como la solución a la mayoría de los problemas de salud- no proviene de un estudio científico ni está basada en ciencia reconocida alguna. Al contrario, como descubriremos en este artículo, es la recomendación de un comité político formado por varios senadores norteamericanos y que, más tarde, con la misma poca base científica, dio lugar a la pirámide nutricional que tristemente todos conocemos.

A principios del siglo XX, los médicos no estaban familiarizados con las enfermedades cardiovasculares. En las universidades, poco o nada se enseñaba sobre ellas. Esto no debe extrañar a nadie dado que en aquella época, las muertes por enfermedades cardiovasculares eran meramente anecdóticas. No es hasta 1920 que empieza a verse un aumento de estas enfermedades;  a partir de 1950 se consideran de manera oficial en los Estados Unidos como una epidemia. Lo cierto es que las cifras de muertes por enfermedades cardiovasculares están ligeramente alteradas por dos factores. En primer lugar, hasta la década de 1920 no se inventó el electrocardiograma, por lo que es posible que algunas muertes antes de esa fecha también se debieran a problemas cardiovasculares previos y, en segundo lugar, con la llegada de la penicilina, muchos casos que hubiesen supuesto muerte por infección fueron resueltos resultando en una expectativa mayor de vida y, por lo tanto, resultando a largo plazo en un incremento de las muertes por problemas cardiovasculares. Aun así, ninguno de estos dos factores altera las cifras de manera tan considerable como para no admitir que los casos de enfermedades cardiovasculares vienen creciendo incesantemente desde la segunda mitad del siglo pasado en todo el mundo occidental. Esto es fácilmente comprobable al comparar muertes por enfermedades cardiovasculares en pacientes entre 40 y 50 años y comprobar que, desde 1950 en adelante, los casos no han hecho más que multiplicarse.

Gráfico Estudio Observacional Ancel Keys

FIg. 1 Gráfico Estudio Ancel Keys

En 1.969, el querido y admirado expresidente norteamericano Dwight D. Eisenhower murió de un infarto masivo y, en ese momento, la casta política norteamericana cambió su percepción de las enfermedades cardiovasculares y las consideró epidemia de primer nivel. Unos años antes, en 1953, un bioquímico norteamericano llamado Ancel Keys publicó un estudio observacional basado en datos de seis países, en el que asociaba el consumo de grasas con los ataques al corazón. Estos seis países eran Japón, Italia, Reino Unido, Canada, Australia y Estados Unidos, y el gráfico que asociaba el mayor consumo de grasas con el incremento de casos de ataques al corazón es el de la izquierda.

Gráfico usando los 22 países + 6

El gráfico sobre estas líneas es del mismo estudio, pero incluyendo los 22 paises de los que Ancel Keys tenía datos y, en rojo, para sorpresa mayúscula de muchos lectores supongo, las cinco sociedades que más porcentaje de grasa consumen en su dieta con incidencias mínimas o inexistentes de enfermedades cardiovasculares.

De hecho, si escogemos manualmente seis países del grupo de 22, del mismo modo que hizo Ancel Keys, podríamos obtener los resultados contrarios de este modo:

Seis paises seleccionados
6 paises seleccionados a dedo – A más grasa, menos muertes por infarto

 O de este otro modo:

Otros seis paises distintos

Otros seis paises distintos

En estos gráficos se observa claramente que, a mayor consumo de grasa, menores casos de muertes por enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, esta es la misma clase de pseudociencia basada en estudios observacionales con datos sesgados que practicaba Ancel Keys, y no voy a usarla ni siquiera para defender lo contrario a lo que el propuso, pese a que como puede verse, está también al alcance de cualquiera que use Excel en su ordenador. El análisis de los datos no sólo fue aberrante porque eliminó los datos de los países que no le servían para validar su teoría, sino que incluso de los datos de los seis países con los que trabajó, eliminó otra serie de datos que hubiesen servido para postular otras teorías alternativas a la suya. Por ejemplo, el mismo gráfico de Keys con sus seis países es válido si tomamos en cuenta, en lugar del consumo de grasas, el consumo de azúcar. Del mismo modo que Keys hizo una asociación entre el consumo de grasa y las muertes por enfermedades cardiovasculares, pudo haberla hecho entre las muertes y el consumo de azúcar, porque disponía de los datos y eran igual de vistosos en un gráfico. Sin embargo, no servían para apoyar su teoría y por ello los despreció.Esta pseudociencia es la que encumbró a Ancel Keys como el padre de la hipótesis de los lípidos, que son los dos principios que desgraciadamente todavía son aceptados hoy y que escuchamos a los médicos repetirnos como loros con la ayuda de los anuncios de productos alimenticios que torticeramente prometen salvarnos y alargar nuestras vidas:

  1. Las grasas saturadas elevan el colesterol
  2. El colesterol elevado obstruye las arterias

Estas afirmaciones, como veremos a continuación, son tan falsas como el estudio del que provienen inicialmente.

Unas décadas antes de que Ancel Keys publicase su estudio, otro científico llamado Winston A. Price se dedicó a recorrer el mundo analizando las costumbres nutricionales y los efectos en la salud de estas costumbres de cantidad de sociedades alrededor del mundo, y la conclusión a la que llegó fue bien distinta a la de Keys también. Price descubrió que las sociedades que evaluaba no sufrían de incidencias de diabetes o enfermedades coronarias hasta que introducían en su dieta el azúcar y las harinas refinadas. Pero lo que más echa por tierra las absurdas conclusiones de Ancel Keys son los datos acerca del consumo de grasas en países como Estados Unidos. En efecto, desde 1940 hasta la actualidad, el consumo de grasa animal en los Estados Unidos no ha hecho más que bajar de manera espectacular, tocando su mínimo en 1996 mientras que las enfermedades coronarias no han hecho más que aumentar, tocando su máximo en la década de los 90 también. Sospechoso, ¿no?

Portada de Time Magazine

Portada de Time Magazine

Pero lo cierto es que nada de esto fue tenido en cuenta cuando Ancel Keys acabó en la portada de Time Magazine y en el consejo de la Asociación Americana del Corazón, que fue la pionera en recomendar erróneamente la reducción del consumo de grasas. Lo peor del tema es que a la par que la teoría de Keys era abrazada por todos, se llevaron a cabo una serie de estudios, esta vez clínicos y no observacionales, para comprobarla. Uno de esos estudios, de finales de los 50, es el estudio dietario Prudent, consistente en dos grupos aleatorios uniformes, uno de ellos con una dieta baja en grasas basada en aceites vegetales y otro grupo con una dieta normal, basada en grasas animales. El resultado es que el grupo que siguió la dieta baja en grasas redujo su colesterol en 30 puntos de promedio, sin embargo, no redujo sus incidencias cardiovasculares. En 1965, el estudio clínico Lancet en Gran Bretaña mantuvo a un grupo con una dieta baja en grasas animales que permitía como máximo 1 huevo, 85 gramos de carne y 50 ml de leche al día mientras que mantuvo un segundo grupo con su dieta habitual. En este caso, también redujo el colesterol del grupo en 30 puntos de promedio, pero tampoco hubo cambio alguno en la incidencia de enfermedades cardiovasculares.

En 1965, también en Gran Bretaña, se publicó un estudio más ambicioso. Tres grupos compuestos por hombres que ya habían sufrido un infarto con el objetivo de analizar la incidencia de la grasa en los casos de segundos infartos. El primer grupo usó como base nutricional lípida el aceite de maíz, una grasa polinsaturada. El segundo grupo usó el aceite de oliva, una grasa monoinsaturada y el tercer grupo utilizó grasa saturada animal. El resultado fue que al final del estudio, el 52% de las personas con dieta basada en grasas poliinsaturadas (aceite de maíz) seguía viva. El 57% del grupo que basaba su dieta en las grasas monoinsaturadas (aceite de oliva) seguía vivo. Sorprendentemente para algunos, el 75% del grupo de las grasas saturadas animales consiguió sobrevivir.

En 1969 se publicó el estudio Coronario de Minnesota en el que se demostró que el grupo que siguió una dieta baja en grasas con muy pocas grasas saturadas y rica en verduras sufrió más ataques al corazón que el grupo alimentado de manera tradicional.

Pero la madre de todos los estudios, con un presupuesto de 115 millones de dólares, una participación de 12.000 sujetos masculinos y realizado por el Instituto de Salud Nacional de los Estados Unidos, publicado en 1970, arrojó datos aún más sorprendentes. El estudio se basó en un grupo que mantuvo sus costumbres normales y otro grupo que adoptó una dieta baja en grasas, evitando las carnes rojas, restringiendo el consumo de colesterol y recibiendo ayuda para dejar de fumar. El primer resultado que se obtuvo, que sentó la base de otra campaña, fue que las personas que dejaron de fumar sufrieron menos ataques al corazón que aquellos que no lo dejaron, independientemente del grupo en que se encontrasen. Sin embargo, al comparar ambos grupos, fumadores con fumadores y no fumadores con no fumadores, el grupo sometido a la dieta baja en grasas, con la restricción de carnes rojas y colesterol, sufrió más ataques al corazón que el grupo que mantuvo su dieta normal.

Podríamos seguir mencionando estudio tras estudio todos aquellos que no encajaban en la teoría de Ancel Keys, pero creo que es suficientemente ilustrativo mencionar que existían pruebas irrefutables por todos lados de que la teoría no era correcta.

Sen. George McGovern

Sen. George McGovern

Entonces, ¿como es posible que una idea tan disparatada, no corroborada con un solo estudio clínico (recordemos que Ancel Keys se basó en estudios observacionales, no en estudios clínicos), haya llegado con tanta fuerza hasta nuestros días? La respuesta está en los políticos. En la década de 1970 se creó un comité del senado de los Estados Unidos, capitaneado por el senador George McGovern. Su misión era investigar la malnutrición. No resulta sorprendente que un comité de políticos decidiese aumentar sus propios poderes iniciales y, además de investigar, se dotase del poder de crear y promocionar los planes nutricionales de todo un país.

De este modo, el comité creó el Informe McGovern que promovía:

  1. Reducir el consumo de grasas
  2. Cambiar la ingesta de grasas saturadas a grasas vegetales
  3. Reducir el colesterol al equivalente a un huevo al día como máximo
  4. Comer más carbohidratos, especialmente los provenientes de granos

También sería lógico pensar que si el informe McGovern incluía estas pautas nutricionales, este informe estaría respaldado por una serie de científicos que habrían testificado a favor en el comité . Sin embargo, el famoso John Yudkin testificó que el verdadero causante de la epidemia de diabetes y enfermedades cardiovasculares era el azúcar. Peter Cleave testificó que el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes eran enfermedades de la era moderna y era absurdo culpar a los alimentos milenarios de los males de la civilización actual. Cleave dijo que si había que mirar la nutrición como fuente del problema, habría que mirar los alimentos modernos como el azúcar y las harinas refinadas. La Asociación Médica Americana (AMA) dijo que la evidencia que proponía el informe no era concluyente y por lo tanto era probable que hubiese potencial para producir efectos negativos en la salud de las personas si se producía un cambio radical a largo plazo en el plan nutricional de la sociedad. Vamos, lo que ha venido a ocurrir. Por último, el director de la Academia Nacional de Científicos en Estados Unidos (NAS), Phillip Handler, testificó ante el comité: “¿Qué derecho tiene el gobierno federal para proponer que la sociedad norteamericana realice un vasto experimento nutricional con sus miembros como sujetos con la base de tan poca evidencia científica?”. Poco sabía el pobre Handler que, en realidad, el experimento se iba a contagiar cual plaga a casi todo el mundo civilizado de la mano de las compañías de alimentos Norteamericanas.

Pero McGovern era un fiel seguidor de la teoría de los lípidos, principalmente porque era lo que su propio médico le había recomendado y no porque la hubiese investigado el mismo, y, en un video que quedará para los anales de la historia, le contestó a Phillip Handler y al resto de científicos que pidieron más tiempo para investigar y obtener resultados consistentes antes de dar las nuevas pautas nutricionales a la sociedad norteamericana que “los senadores no tenemos el lujo del que disponen los investigadores que es esperar el tiempo suficiente hasta que lleguen las pruebas concluyentes que confirmen una teoría”. La típica estupidez de un político imponía su criterio por encima de las pruebas realizadas por los científicos. De modo que los efectos perniciosos de la grasa saturada se convirtieron en política nutricional porque los senadores no tenían tiempo para esperar que llegara la evidencia científica. Esto que parece una decisión banal tuvo unos efectos mucho peores de lo esperado, y no me refiero sólo a los efectos para la salud, sino a efectos científicos.

Logotipo de la AMA

Logotipo de la AMA

Al convertirse la Hipótesis de los Lípidos en política de estado,  tanto el gobierno Norteamericano como la Asociación Americana del Corazón soportaban abiertamente esta teoría, y resulta que entre ambos organismos disponían del 90% de los fondos dedicados a la investigación cardiovascular. No es difícil predecir la dirección que, desde ese momento, iban a tomar todos los estudios que pretendiesen obtener financiación: todos y cada uno de ellos se encaminó a demostrar que la hipótesis de los lípidos era certera.

El científico norteamericano George Mann escribió en el New England Journal of Medicine en 1977 que la hipótesis de los lípidos era el mayor timo científico del siglo y que, disentir de la hipótesis significaba perder los fondos para la investigación. El investigador Gary Taubes escribió mas tarde “Los nutricionistas sabían que si sus estudios fallaban en apoyar la postura gubernamental en la hipótesis de los lípidos, los fondos irían a parar a estudios que si la soportaran”. El Doctor Peter McColley, investigador de Harvard, escribió un artículo titulado “Algo distinto al colesterol tiene que estar causando esta epidemia cardiovascular”. En ese artículo, venía a decir que Harvard, que apoyaba la teoría del gobierno y el propio gobierno, que financiaba los estudios de Harvard, estaban equivocados. Para agradecerle su integridad científica en la búsqueda de la verdad, la universidad de Harvard le quitó sus becas para investigación y le forzó a dimitir de su puesto. Y pese a tener un historial científico inmejorable, le costó más de dos años encontrar otro trabajo de investigación porque, como más tarde descubrió, Harvard le había incluido en una lista negra de científicos no maleables. Esto es lo que le ocurre a los científicos que no bailan al son de los políticos.

Portada Revista Time

Portada Revista Time

Por aquel entonces, la hipótesis de los lípidos ya se daba como buena y la revista time le dedicaba la portada con un artículo titulado “Se prueba que el colesterol es mortífero y nuestra dieta ya nunca será igual”. La prensa pasó de hipótesis a realidad una teoría con una simple portada en una revista. Pero la evidencia científica en que se basaba la revista Time para afirmar que se había comprobado la relación causa-efecto entre el colesterol y las enfermedades cardiovasculares era que en 1984 se había lanzado una droga al mercado que rebajaba el colesterol a los pacientes con colesterol alto genético y se había reducido ligeramente la incidencia de muertes por ataques al corazón en estos pacientes. Al analizar el estudio científico que soportaba esta nueva prueba, podemos comprobar los siguientes datos: El estudio, basado en dos grupos, uno al que se le administraba Cholestyramine y otro al que se le administraba placebo, tuvo un alcance de 3.000 sujetos durante 10 años. En el grupo del medicamento, ocurrieron 30 muertes por ataques al corazón y un total de 68 muertes. En el grupo del placebo, 38 muertes por ataque al corazón y 71 muertes en total. Usando un poco de matemáticas básicas se puede comprobar que la diferencia global en muertes por ataques al corazón es del 0,49%, ¡menos del 1%! entre los que tomaban el medicamento y los que no lo tomaban. Una diferencia despreciable sin duda. Sin embargo, en el artículo de la revista Time se podía leer que el Dr. Basil Rafkind, basándose en este estudio, decía “la evidencia científica contenida en el estudio indica poderosamente que cuanto más bajes el colesterol y las grasas en tu dieta, más se reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular”. Obviamente, este Dr. Rafkind no ha pasado a la historia como ejemplo de independencia científica. En realidad, el Dr. Rafkind acababa de inventar una modalidad científica llamada Teleoanálisis, de muy limitada utilidad en este caso, al asociar un estudio de un medicamento con nula capacidad curativa con una dieta.

Lo que la revista Time no decía en su artículo era que la primera generación de medicamentos para bajar el colesterol tuvo una vida efímera porque el estudio clínico de una de las primeras drogas sintetizadas que bajaba el colesterol, el Clofibrate, tuvo que suspenderse a mitad de camino al haber producido la muerte a un 47% más de sujetos del grupo que la estaba tomando al compararse con las muertes del grupo de control.

De este modo, tras el artículo de Time, en la mitad de la década de los 80 estallaba el boom por los productos bajos en grasa, desnatados o productos light, que desafortunadamente persiste hasta nuestros días incluso en España.

Pero, si por cualquier motivo que escape a mi conocimiento, la hipótesis de los lípidos fuese correcta, resulta razonable pensar que este patrón lo encontraríamos en cualquier lugar del mundo. Pues no, ni por asomo. Para empezar, tenemos la paradoja francesa: comen el doble de grasas saturadas que los norteamericanos, cuatro veces más mantequilla, tres veces más cerdo y un 60% más de queso. Sin embargo, tienen aproximadamente un tercio de las muertes por accidentes cardiovasculares que los Norteamericanos. Los científicos a favor de la hipótesis de los lípidos se apresuraron a explicar la paradoja francesa asociando el consumo de vino tinto con los beneficios para la salud cardiovascular, dado que los franceses también toman más vino tinto que los norteamericanos. Ahora ya sabe, querido lector, de dónde viene el mito de que tomar vino tinto es bueno para la salud, si bien es cierto que en muy pequeñas dosis, que no son las dosis comparativas francesas/norteamericanas, si que es saludable.

También tenemos la paradoja suiza. El segundo país del mundo civilizado que más grasas saturadas toma y el segundo país con menos muerte por afecciones cardiovasculares. Además, por si fuera poco y para que todo quede en casa, existe la paradoja española. En los últimos 30 años ha crecido aquí mismo el consumo de grasas saturadas y se ha reducido la incidencia de accidentes cardiovasculares.

En cuanto al colesterol, la OMS ha realizado un macro estudio recientemente en multitud de poblaciones alrededor del mundo, tratando de confirmar una correlación entre el nivel de colesterol y los ataques al corazón, pero no han podido probarlo. De hecho, han encontrado que países como Luxemburgo tienen un colesterol medio muy alto y una bajísima tasa de ataques al corazón, mientras que países como Rusia o Venezuela, manteniendo niveles medios y bajos de colesterol, sufren cantidades desorbitadas de ataques al corazón, por hablar sólo del mundo occidental. En el mundo oriental, y en las zonas tropicales en que el Aceite de Coco (saturado en un +/-85%) predomina en las dietas, las tasas de mortalidad por ataques al corazón son, simplemente, inexistentes. En realidad, lo que si se ha demostrado es que el 72,1% de las personas que sufren un ataque al corazón tienen el colesterol por debajo de 130. En Estados Unidos estos datos son alarmantes porque el 67% de la población tiene el LDL por debajo de 130 y, sin embargo, sufre un 72% de los infartos totales, lo que claramente muestra que aquellos que tienen el colesterol bajo sufren más infartos que los que lo tienen alto. Sin embargo, a la vista de estos datos, cuando lo lógico hubiese sido recomendar elevar los niveles de colesterol, el periódico USA Today publicaba que lo lógico era bajar aún más los niveles de colesterol porque, “evidentemente”, 130 era una cifra aún demasiado alta. Junte a un periodista con un político y esto es lo que obtendrá: negación absoluta de la evidencia.

Pero no concluiré sin dar una pincelada sencilla sobre la verdadera causa de las enfermedades cardiovasculares que también he podido estudiar. Según parece, cuando las arterias se dañan y se inflaman, el colesterol de baja densidad (LDL) acude a reparar los daños. El LDL, según sabemos ahora, existe en dos variedades, una más grande y una más pequeña por hacerlo sencillo. Las moléculas más grandes son beneficiosas y tienen una serie de efectos positivos para la salud. El problema viene con las más pequeñas, que acuden a taponar las heridas en el interior de los vasos sanguíneos y, dado su tamaño, se acaban colando en la pared del vaso. Allí quedan atrapadas y se oxidan, dando lugar a la llegada de glóbulos blancos que acaban formando la placa junto con el calcio. Este es el motivo por el que las enfermedades cardiovasculares no tienen nada que ver con la cantidad de colesterol que hay en el cuerpo sino con el tipo de colesterol que hay, y no me refiero a la relación HDL/LDL, sino al tipo de LDL que tenemos. No creo que pase mucho tiempo hasta que veamos análisis con el LDL diferenciado según el tipo.

Pero, ¿qué es lo que causa los daños iniciales en los vasos que hace que sea necesario el LDL para efectuar reparaciones? Lo causantes son tres principalmente:

  1. Fumar
  2. Glucosa alta en sangre
  3. Estrés emocional

El motivo 1 y el 3 son claramente sociales, así que, avanzando un paso más, ¿qué es lo que eleva la glucosa en la sangre? Principalmente, el azúcar y los carbohidratos refinados, justo la base de la pirámide alimenticia.

¿Y qué alimentos producen las partículas pequeñas y densas de colesterol LDL de las que hablábamos hace un momento? Si, lo ha adivinado: el azúcar y los carbohidratos refinados.

En el American Journal of Clinical Nutrition, un informe publicado recientemente afirma, por ejemplo, que entre las mujeres post-menopaúsicas, un consumo elevado de grasas saturadas está directamente asociado con una menor progresión de las enfermedades cardiovasculares mientras que la ingesta de carbohidratos está asociada con una mayor progresión de las mismas. En la misma publicación, se dice que “los esfuerzos dietéticos para reducir los riesgos de enfermedades cardiovasculares deben enfatizarse principalmente en la limitación de los carbohidratos refinados”.

En un estudio clínico publicado en “Annals of Internal Medicine” se concluye que el grupo que siguió una dieta alta en grasas y baja en carbohidratos mostró mayor reducción en la presión sanguínea, triglicéridos y colesterol pequeño y denso del tipo LDL, mientras que su colesterol HDL aumentó de media un 23%. Estudios en la universidad de Stanford apuntan en la misma dirección al comparar la dieta Atkins (rica en grasas) con la dieta Ornish (muy baja en grasa). Lo sorprendente de este estudio de Stanford es que el científico a cargo del mismo, Christopher Gardner, es vegetariano convencido desde hace años y, según dijo el mismo, le dolía inmensamente admitir estos resultados contrarios a sus propias creencias. Otro ejemplo de verdadera integridad científica que merece todos mis respetos contraria a las prácticas de Ancel Keys. En otras palabras, parece que la dieta que decían que nos estaba matando, en realidad es la que nos mantiene sanos.

Pirámide Nutricional

Pirámide Nutricional

Lo que el comité McGovern hizo en los Estados Unidos y replicó en buena parte del mundo al exportar la pirámide alimenticia fue reducir el consumo de proteínas, reducir considerablemente el consumo de grasas y aumentar disparatadamente el consumo de carbohidratos y esto, en definitiva, es lo que ha disparado los casos de obesidad y de diabetes en los países que siguen ese modelo nutricional, España entre ellos.

Y si la grasa no es el causante de esta epidemia de obesidad y diabetes, ¿Cuál es la causa? La respuesta médica oficial es que nos hemos vuelto una sociedad vaga, que come mucho y hace poco ejercicio. Vamos, que según parece, nuestro carácter ha cambiado en los últimos 40 años. De modo que según los médicos que promulgan este dogma engordamos porque somos vagos, comemos mucho y hacemos poco ejercicio. Pero esto es tan estúpido como decir que los alcohólicos son alcohólicos porque beben mucho. Lo correcto sería investigar la raíz del problema, por qué beben tanto o, en el caso de la obesidad, por qué comemos tanto.

En realidad, hay procesos bioquímicos, y no sociales, detrás de esta epidemia. Durante años nos han convencido de las teorías de las calorías y de que todo tiene que ver con las calorías que entran y las que salen del cuerpo. Nos han dicho que 3.500 calorías equivalen, someramente, a medio kilo de grasa, por lo que al producir un déficit de 3.500 calorías mediante ingestas limitadas de alimentos y ejercicio en exceso, perderíamos medio kilo. Esto es, simplemente, ridículo. Esta teoría no se sostiene en el papel y tampoco se ha sostenido en estudios clínicos. Por ejemplo, la Women’s Health Initiative, involucrando a miles de mujeres, redujo la ingesta diaria de calorías en 360 Kcal/día, principalmente provenientes de la grasa, durante 8 años, con una pérdida de peso media de 1 Kg en el período. ¡Ridículo para un esfuerzo de 8 años!

En el otro extremo de los estudios, James Levine creó en una cárcel norteamericana un grupo con prisioneros que estaban en forma y les sobrealimentó durante cerca de un año con miles y miles de calorías, y no se consiguió que ganasen el peso que la ecuación preveía. De hecho, uno de los prisioneros consumió 10.000 calorías al día durante 200 días y tan sólo pudo coger cuatro kilos en el período.

En estudios que limitan la ingesta de calorías en ratones, al restringirles un 5% las calorías durante 4 semanas, los ratones crearon más tejido adiposo y perdieron masa muscular. Obviamente, existe algo más complejo en la obesidad y el metabolismo del cuerpo que la suma y resta de calorías.

Sabemos desde 1930, por los estudios Alemanes y Austriacos, que la grasa corporal es una parte esencial del metabolismo y que su cantidad viene determinada por hormonas, la más importante de ellas la insulina. ¿Porqué? Porque la insulina controla la cantidad de azúcar en sangre y las altas concentraciones de azúcar en sangre son tóxicas para el organismo. Por otro lado, el cerebro necesita azúcar en sangre para funcionar y una cantidad muy baja de azúcar puede causar el coma e incluso la muerte. Por ello, el metabolismo está diseñado para mantener el nivel de azúcar en sangre dentro de un margen muy estrecho, y lo hace de manera eficiente con la insulina. Es importante entender que el organismo puede convertir el azúcar en energía, pero también puede convertir la grasa en energía e incluso en condiciones muy extremas, las proteínas en energía. De hecho, cuando nos levantamos por las mañanas después del ayuno prolongado de la noche de 8, 9 o incluso 10 horas, nuestro cuerpo está usando en muchos casos grasa como energía a través de un proceso llamado Cetosis.

Cuando comemos, aumenta el nivel de azúcar en sangre y el organismo segrega insulina. Se produce un cambio y pasamos de utilizar grasa a usar azúcar como combustible principal. En efecto, la insulina produce que las células utilicen el azúcar como combustible al tiempo que hace que el tejido adiposo capture la grasa del torrente sanguíneo para que esta no esté disponible para el resto de las células del cuerpo y asegurarse que las células usan azúcar como combustible. Pero si la cantidad de azúcar en sangre es demasiado alta para las necesidades energéticas del cuerpo, el azúcar pasa al hígado donde se convierte en grasa para almacenarse en el tejido adiposo como reserva de combustible. Esto es debido a que podemos almacenar grasa en el tejido adiposo pero no podemos almacenar azúcar.

Cuando el nivel de azúcar en sangre baja porque se ha utilizado como combustible, baja también el nivel de insulina y por tanto la grasa vuelve al torrente sanguíneo para ser usada como combustible hasta que vuelva a subir el nivel de azúcar en sangre, con otra comida. Por lo tanto, el tejido adiposo es el tanque de combustible donde se almacenan las reservas de energía del cuerpo. Como se puede apreciar, es un sistema magnífico y muy avanzado para asegurar un aporte energético constante a todas las células del cuerpo.

¿Cómo hemos llegado a romper un sistema tan avanzado y creado una epidemia de obesidad? Para entenderlo hay que empezar por entender que los carbohidratos no son más que moléculas de azúcar enlazadas entre ellas y que en cuanto entran en el cuerpo son literalmente separadas en moléculas de azúcar de una manera muy eficiente en algunos casos. El índice glucémico mide la velocidad a la que el cuerpo humano convierte alimentos en azúcar. Durante la mayor parte de nuestra evolución, el ser humano ha consumido alimentos con índices glucémicos entre 0 y 40, alimentos que tardábamos en convertir en azúcar. Veamos algunos ejemplos de lo que comemos hoy, mucho de lo cual forma parte de la maldita pirámide alimenticia:

  1. Azúcar de mesa: I.G. 64
  2. Coca Cola: I.G. 63 (viene a ser como beber azúcar)
  3. Cereales: I.G. 61
  4. Copos de trigo: I.G. 67
  5. Pan: I.G. 70
  6. Patata Asada: I.G. 80

Cuanta más azúcar ponemos en el flujo sanguíneo, más forzamos la secreción de insulina, comida tras comida, y, eventualmente, las células del cuerpo y los órganos empiezan a acostumbrarse a la presencia continua de grandes cantidades de insulina y acaban desarrollando una resistencia a la misma. Al mismo tiempo que la insulina está forzando a las células a tomar azúcar como alimento, está forzando la grasa dentro del tejido adiposo, por lo que a más insulina, más azúcar que se metaboliza en grasa y más grasa que se almacena en el tejido adiposo. Y, cuanta más insulina haya en la sangre, más difícil es que la grasa vuelva a abandonar el tejido adiposo para volver al torrente sanguíneo y ser usada como combustible, por lo que incluso cuando no comemos, la grasa se mantiene donde está debido a la constante presencia de insulina en sangre.

Como colofón a este pastel metabólico, cuando la cantidad de azúcar en sangre disminuye y la cantidad de insulina no permite que la grasa abandone el tejido adiposo, las células del cuerpo tienen un déficit energético, lo que nuestro cerebro interpreta como “necesito comer” y, voilá, otra vez tenemos hambre aunque tengamos reservas suficientes de grasa almacenada. Por lo tanto, volvemos a comer, volvemos a disparar el azúcar en sangre, a segregar más insulina y, en definitiva, a almacenar más grasa. De modo que no sepa usted que no engorda porque comas más, sino que come más porque engorda, que no es lo mismo. Desde un punto de vista meramente bioquímico, los obesos no comen mucho, comen lo que necesitan como energía porque la grasa de su tejido adiposo no se libera de vuelta al torrente sanguíneo. Y como el cuerpo es sabio, incluso cuando algo no funciona, al comprobar que la grasa no fluye al riego desde las células adiposas, estas se hacen más grandes para favorecer que la grasa salga de ellas cuando se produce la resistencia a la insulina en el metabolismo. Por lo tanto, acaban almacenando aún más grasa en las mismas células.

Ratón Engordado con Insulina

Ratón Engordado con Insulina

La siguiente pregunta que cabría hacerse es ¿Cómo de potente es este síndrome de resistencia a la insulina? Pues este síndrome metabólico, antesala de la diabetes tipo 2, es tan potente que en ensayos en laboratorio se han obtenido resultados asombrosos. Por ejemplo, al inyectar insulina a ratones de laboratorio de manera continua se ha conseguido que engorden hasta proporciones comparables a la obesidad mórbida humana. Se ha seguido inyectándoles insulina al tiempo que se ha ido reduciendo la comida que se ponía a su disposición y, pese a tener grasa acumulada en cantidad, los ratones han acabado muertos, literalmente, de hambre sin quemar nada de grasa.

Por eso, cuando los obesos, que habitualmente ya tienen una resistencia severa a la insulina, se embarcan en dietas bajas en grasas y ricas en hidratos de carbono, no logran perder peso y, al contrario, incluso lo ganan, a lo que sus dietistas replican que la culpa es suya por ser vagos y hacer poco ejercicio. Si fuera por estos dietistas, los obesos morirían del mismo modo que los ratones, de inanición.

La diabetes tipo 2 que se produce como continuación al desarrollo de la resistencia a la insulina, solía ser llamada la diabetes de la edad, porque se daba en personas mayores que habían agotado sus células pancreáticas de tanto producir insulina. Sin embargo, hemos pasado a denominarla diabetes tipo 2 porque ahora afecta también a jóvenes e incluso adolescentes. Esto, como cualquiera puede deducir, no es fruto de que sean vagos, no hagan ejercicio o coman demasiado. Tiene que ver con la pirámide alimenticia y la descomunal ingesta de carbohidratos, en particular de azúcar y harinas refinadas.

Veamos algunos datos clarificadores. En los Estados Unidos, en la última década, los casos de diabetes tipo 2 se han duplicado y aproximadamente el 25% de la población mayor de 60 años la sufre. Se cree que más del 40% de la población Norteamericana sufre o sufrirá diabetes. Esto le ocurre a una población que consume aproximadamente el 55% de sus calorías de los carbohidratos, el 33% de la grasa y el 12% proveniente de las proteínas. ¿Alguien sigue teniendo alguna duda de la causa de esta epidemia? Lo que es paradójico es el mensaje que lanzamos a la población. Por ejemplo, la Asociación Americana de la Diabetes tiene publicados estos «consejos» nutricionales:

  • El sistema digestivo convierte los carbohidratos en azúcar de manera rápida y sencilla.
  • Los carbohidratos son la comida que más influencia el nivel de glucosa en sangre.
  • Cuantos más carbohidratos comas, mayor será tu nivel de glucosa en sangre.
  • Cuanto mayor sea tu nivel de glucosa, más insulina necesitarás para que el azúcar llegue a las células.
  • La pirámide nutricional es la manera más sencilla para recordar las comidas más sanas.
  • En la base de la pirámide, están el pan, los cereales, el arroz y la pasta. Todos estos alimentos están compuestos por carbohidratos mayoritariamente.
  • Necesitas de 6 a 8 raciones de esos alimentos cada día.

¿Quién es responsable de formular semejante disparate? Francamente, no puedo entenderlo. Pero, lo que de ningún modo me entra en la cabeza es que los médicos, personas de ciencia todos ellos, sigan recomendando la pirámide alimenticia y culpando a las grasas de la epidemia de obesidad y diabetes que padecemos incluso después de demostrarse que el estudio de Ancel Keys es un caso de grotesca manipulación de los datos y el comité McGovern emitió unas conclusiones basadas principalmente en este estudio.  No alcanzo a comprender como, sabiendo todo lo que saben, no son capaces de ver con claridad donde está el problema y, al contrario, prefieren seguir predicando los dogmas a sabiendas de que no están basados en ciencia alguna… salvo que la burda manipulación matemática de los datos sea considerada ciencia.

SI LE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, EN EL LIBRO LA GRAN MENTIRA DE LA NUTRICIÓN EL AUTOR DESVELA, UNO TRAS OTRO, TODOS LOS ENGAÑOS DE LA INDUSTRIA ALIMENTICIA Y ALGUNOS DE LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA QUE ESTÁN DIRECTAMENTE RELACIONADOS CON LA NUTRICIÓN.

Portada del libro La Gran Mentira de la Nutrición

SI LE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO SEGURAMENTE LE GUSTARÁ EL LIBRO ADELGAZAR SIN MILAGROS DEL MISMO AUTOR, EN EL QUE EXPLICA COMO ES POSIBLE PERDER PESO DE MANERA SANA, RÁPIDA Y PERMANENTE MODIFICANDO LAS PAUTAS NUTRICIONALES QUE HASTA AHORA HEMOS CREIDO QUE ERAN CORRECTAS.

Portada del Libro Adelgazar sin Milagros

Mesa Redonda sobre Alzheimer, carbohidratos y Aceite de Coco

En este video podemos escuchar a un panel de 5 médicos con los entrevistadores Gary Taubes y Robb Wolf debatir acerca de la resistencia a la insulina y los efectos dañinos de una dieta rica en carbohidratos para los enfermos de Alzheimer, y como el Aceite de Coco puede ser efectivo en el tratamiento del Alzheimer.

Los médicos en el video son:

1. Dr. James Greenwald, Director Médico de Specialty Health. El Dr. Greenwald es cirujano ortopédico y tiene más de 30 años de experiencia en el campo de la ortopedia. Desde el inicio de su carrera, se especializó en lesiones de rodilla, hombro, codo y politraumatismos. También ha trabajado como médico de los equipos de futbol americano y baseball de la Universidad de Nevada.

2. Dr. Gary Anderson, cardiólogo, miembro de la American Board of Lipidology. El Dr. Anderson ha trabajado como médico en asilos durante más de 35 años. En este video, debate el problema de la polifarmacia, que es el problema de administrar muchos fármacos en los asilos, como causa de la demencia.

3. Dr. Peer Attia, antiguo consultor de McKinsey & Company consultant, cirujano, ingeniero, profesor de cálculo y autor de numerosos estudios e investigaciones médicas.

4. Dr. Tara Dall, miembro de la American Board of Lipidology.

5. Dr. Malcolm D. Bacchus, neurólogo.

También aparecen:

6. Gary Taubes, periodista científico y autor de los best-sellers «Calorías buenas, calorías malas» y «Porqué engordamos».

7. Robb Wolf, autor del best seller «The Paleo Solution».

El Dr. Greenwald es el moderador del panel, así que no escuchamos muchas de sus opiniones respecto al los problemas de la insulina y una dieta rica en carbohidratos, o del Aceite de Coco, respectecto al Alzheimer. Pero dado que es el organizador y moderador de la discusión, está bastante clara su postura positiva en estos temas.

En el video se discuten brevemente los efectos positivos de la cetosis en problemas como el Alzheimer y la resistencia a la insulina. En especial, los médicos comentan los beneficios de inducir la cetosis con Aceite de Coco gracias a los triglicéridos de cadena media que componen este aceite en un 60% aproximadamente. La cetosis es un proceso metabólico del organismo que induce el catabolismo de las grasas a fin de obtener energía, generando en el proceso unos compuestos denominados cetonas o cuerpos cetónicos. La cetosis se produce al privar al organismo de la fuente de energía más habitual, los carbohidratos. El organismo puede obtener energía de los carbohidratos, de las grásas o incluso de las proteinas en caso de necesidad extrema. En el avance contra el Alzheimer, las cetonas parecen estar jugando un papel importante dado que se está catalogando la enfermedad de Alzheimer como la diabetes del cerebro. En este sentido, reducir la cantidad de hidratos de carbono en los enfermos y suplementar su dieta con grasas, en especial con Aceite de Coco, parece estar ofreciendo un resultado óptimo. En efecto, lo que la Dra. Newport propone en su libro «Alzheimer: ¿Y si hubiese una cura? La historia de las cetonas», es que las células del cerebro aquejado de Alzheimer son incapaces de usar los carbohidratos para funcionar mientras que responden positivamente a las cetonas para alimentarse.

 

Su cuerpo necesita grasas saturadas

Libro de Recetas con Crisco

Hace ahora algo más de 100 años, un científico alemán le escribió una carta a una compañía norteamericana que fabricaba jabón entre otras cosas, y al hacerlo cambió súbitamente la manera en la que el mundo occidental cocinaba su comida. La compañía productora de jabón, Procter & Gamble, compró la idea del científico, y así fue como nació Crisco. En ese momento de la historia, las personas  utilizaban grasas de origen animal en forma de manteca o mantequilla para  cocinar. Y aunque Crisco fue formulado para parecerse a la manteca y ser  cocinado como manteca, en realidad no tenía nada que ver con esta. El resto de  la historia, como se relata en The Atlantic, es un éxito absoluto del marketing y la publicidad por encima de la realidad. Para hacer la historia corta, debido a que las afirmaciones que se hacían en  la publicidad en aquel entonces no estaban tan reguladas como hoy día, Procter & Gamble afirmaban que su producto con base vegetal (conocido actualmente como aceite vegetal hidrogenado) era más saludable que las grasas de origen animal, ¡y los consumidores lo creyeron!

Ha costado más de 90 años que los  investigadores finalmente descubrieran que este nuevo compuesto que supuestamente era “mejor para usted”, y que actualmente conocemos como grasas trans, en realidad aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardíacas. Numerosos estudios han confirmado que el consumo de grasas saturadas no está relacionado con las enfermedades cardíacas. Al contrario, parecen estar relacionadas con una mejora en la salud cardíaca y una disminución en el riesgo de enfermedades cardíacas. Como se indica en el artículo de The Atlantic:

“Se estima que por cada aumento de un dos por ciento en el consumo de  grasas trans (que aún se encuentran en muchos alimentos procesados y comida  rápida) el riesgo de padecer una enfermedad cardíaca aumenta en un 23 por  ciento. Por sorprendente que parezca, el hecho de que las grasas de origen animal representen el mismo riesgo no está respaldado por la ciencia.

El mito que dice que las grasas saturadas causan enfermedades cardíacas ha dañado sin duda a un gran número de vidas en las últimas décadas. Aunque probablemente empezó como una estrategia de marketing  para apoyar el uso de Crisco, esta creencia equivocada comenzó a solidificarse a mediados de la década de los 50 cuando el Dr. Ancel Keys publicó un artículo comparando el consumo de grasas saturadas con la mortalidad por enfermedades cardíacas. Keys basó su teoría en un estudio realizado en seis países, asociando el alto consumo de grasas saturadas con altas tasas de enfermedad cardíacas. Sin embargo, Keys convenientemente ignoró la información de otros 16 países que no encajaba con su teoría. Si hubiera elegido otro conjunto de países, la información habría demostrado que aumentar el porcentaje de calorías  provenientes de la grasa reduce el número de muertes por enfermedad coronaria. Y, si se hubiera incluido la información de los 22 países que había disponible en aquel tiempo, el resultado hubiera sido que aquellas personas que consumen el porcentaje más alto de grasas saturadas tienen el menor riesgo de enfermedades cardíacas. Desafortunadamente, la idea de que las grasas  saturadas son malas para el corazón se ha vuelto tan arraigada en la comunidad de la salud que es muy difícil romper esta barrera de desinformación. Aun así, el  hecho en cuestión es que la relación entre las grasas saturadas y las enfermedades cardíacas es sólo una hipótesis que no está respaldada.

Pero, una vez descubierto de dónde proviene el mito de las gratas saturadas, que además cometamos con más detalle en este otro artículo, veamos porqué son necesarias las grasas saturadas para el organismo. Algunos profesionales como el Dr. Mercola incluso afirman que para tener una buena salud se deben ingerir al menos entre un 50 y un 70 por ciento de las calorías diarias provenientes de la grasa saludable. En el caso de las grasas saturadas, estas se encuentran principalmente en la carne, los productos lácteos y los aceites tropicales como el Aceite de Coco.

Las grasas saturadas de fuentes animales y vegetales proporcionan una fuente concentrada de energía en la alimentación y brindan los necesarios bloques de construcción para las membranas

Composicion Aceite de Coco

Composicion Aceite de Coco

celulares y una amplia variedad de hormonas. Cuando se ingieren como parte de la alimentación, aumenta además la sensación de saciedad disminuyendo la absorción. Además, las grasas saturadas actúan como transportadores de importantes vitaminas solubles en grasa como la A, D, E y K. Las grasas alimenticias también son necesarias para conversión de caroteno a vitamina A, la absorción mineral y para otro gran número de procesos biológicos. Las grasas saturadas son el combustible esencial para el corazón y también son utilizadas como combustible durante el  consumo de energía, ya que pueden metabolizarse directamente en energía. De hecho, el propio corazón está rodeado de grasas saturadas. Además, las grasas saturadas actúan como agentes antivirales (ácido caprílico), ayudan a disminuir los niveles de colesterol malo (ácidos palmíticos y esteáricos) y modulan la regulación genética y ayudan a prevenir el cancer (ácido butírico).Recuerde que el organismo necesita de grasas saludables, mientras que al mismo tiempo sufre con todas las variedades que no son saludables. La mejor manera de acertar con las grasas es símplemente eliminando los alimentos procesados, que contienen altas cantidades de cosas dañinas para su  salud como azúcar, carbohidratos y grasas peligrosas. Y no se deje engañar por los trucos en las etiquetas que ocultan el contenido de grasas trans: En los últimos años, muchos fabricantes han  quitado las grasas trans de sus productos. Sin embargo, la FDA permite que los  fabricantes de alimentos puedan añadir casi cualquier ingrediente que tenga menos de 0.5 gramos por porción. Así que mientras un producto puede afirmar no contener  grasas trans, podría ser que en realidad contenga hasta 0.5 gramos por porción. Si usted se come varias porciones, estará ingiriendo una cantidad dañina de grasas poco saludables.

De manera que para evitar realmente las grasas trans, necesita leer la etiqueta y asegurarse que contenga 0 gramos de  grasas trans. Chequee los ingredientes y busque «aceite parcialmente hidrogenado». Si el producto tiene este ingrediente, entonces contiene grasas trans.

Además de eso, estos consejos pueden ayudarle a ingerir las grasas adecuadas para su salud:

Piel sana con Aceite de Coco

Piel Sana con Aceite de Coco

El Aceite de Coco, por su composición y magníficas propiedades, tiene multitud de aplicaciones cosméticas y relajantes. Algunas de sus propiedades como la antimicrobial son utilizadas ampliamente por la cosmetología en general. Sus propiedades son tantas y tan variadas que la industria cosmética lo utiliza, entre otras cosas, como antiséptico que previene infecciones. Además sus ácidos grasos de cadena media colaboran a restablecer el equilibrio del PH de la piel. El Aceite de Coco contiene ácido laurico, uno de los componentes de la leche materna, que según se ha comprobado en estudios científicos, aporta a la piel protección, suavidad y juventud, gracias a su acción reestructurante. El Aceite de Coco se absorbe por la piel de tal manera que al mismo tiempo suaviza las distintas capas dérmicas y deja la piel no solo limpia, sino también más perfecta en sus aspectos externos.

El Aceite de Coco también se utiliza como humectante y en esos casos además actúa como una capa protectora, ayudando a retener la humedad en la piel. También actúa como aceite suave y sedoso muy recomendado para piel irritada e inflamada y también se recomienda para aquellos con piel sensible. En la cosmética moderna el Aceite de Coco es sin lugar a dudas uno de los agentes más usados para la producción de burbujas en los jabones y para distintas aplicaciones cosméticas: elaboración de excelentes acondicionadores para el cabello, lociones bronceadoras, ungüentos para labios, y cremas hidratantes, entre otros, aportando también aroma y textura.

En las capas externas de la piel, el Aceite de Coco cumple además otras funciones. Su capacidad anti-inflamatoria y anti-microbiana hacen del Aceite de Coco el aceite indicado para aquellas personas que tienen problemas de piel como psoriasis o dermatítis atópica. En estos casos, los pacientes pueden aplicar Aceite de Coco en su piel con la total seguridad de que no afectará su condición y, en una gran parte de los casos, ayudará a reducirla. Esa misma capacidad antimicrobiana es la que hace que el Aceite de Coco sea muy indicado en otros casos como hongos diversos en los pies o el propio pie de atleta.

En general, el Aceite de Coco rejuvenece su piel, la protege contra el daño causado por los radicales libres y puede proteger su piel de manchas, signos de envejecimiento o de la exposición excesiva al sol.  El aceite de coco ayuda a mantener los

Masajes con Aceite de Coco

Masajes con Aceite de Coco

tejidos conectivos de la piel fuertes y flexibles, ayudando a crear una apariencia joven y notablemente suave, al remover la capa externa de células muertas de la piel.  Incluso puede penetrar las capas más profundas de la piel y fortalecer los tejidos subyacentes.Otra de las características del Aceite de Coco es su alta resistencia a la oxidación. Si bien es cierto que existen otros aceites muy adecuados para aplicar en la piel, no es menos cierto que la mayoría de estos aceites se vuelven rancios con mucha facilidad debido a la oxidación. El proceso de oxidación no solo vuelve rancio a los aceites, sino que además destruye muchas de sus propiedades e incluso, cuando es debido a la temperatura, produce cantidad de radicales libres que atacan las membranas celulares. Por eso, utilizar Aceite de Coco para la piel nos garantiza un producto siempre fresco que no se oxida ni se vuelve rancio. Esto es algo que podemos comprobar con facilidad. Si observamos un envase de Aceite de Coco años después de haberlo abierto, comprobaremos que su olor, color y sabor permanecen inalterados. No hace falta refrigeración para mantener fresco el aceite de coco. Se trata simplemente de un aceite muy resistente que dura años sin necesidad de cuidado especial e inclusive se utiliza para freír en esas condicioes por tener un sabor muy agradable. Estas mismas propiedades son transmitidas a los productos que se crean con Aceite de Coco siempre y cuando estos productos se fabriquen de manera tradicional y sin hidrogenar las grasas presentes en el Aceite de Coco.

¿Necesita más información?

Suscríbase al blog de manera gratuita dejando su dirección aquí y recibirá automáticamente los nuevos artículos sobre el Aceite de Coco que vayamos publicando en esta web. No usaremos su correo electrónico para nada ajeno a este blog ni recibirá correo basura de nuestra parte.

Cuidar el cabello con Aceite de Coco

Pelo sano con Aceite de CocoEn artículos anteriores hemos visto algunos de los beneficios de incluir el Aceite de Coco en la dieta. Ahora comenzamos una nueva serie de artículos enfocados a explicar otros usos del Aceite de Coco que seguro serán de interés para muchas personas.El primer uso que vamos a tratar, el que veremos en este artículo, es el cuidado del cabello. En efecto, el Aceite de Coco es un magnífico aliado en el tratado del cabello seco, desnutrido o estropeado en general así como en la lucha contra la caspa. Veamos primero como funciona el Aceite de Coco al aplicarlo en el cabello y después examinaremos como aplicarlo.

El cabello sufre ataques contínuos de agentes naturales externos como pueden ser el sol o el viento o de procesos como la permanente, el tinte, el secado con aire caliente, el planchado o incluso el cepillado intenso. Todos estos factores influyen negativamente en la salud de nuestro cabello, haciendo que pierda valiosas proteinas, se reseque y se parta. Numerosos estudios demuestran que utilizar Aceite de Coco en el cabello proporciona a este un aspecto sano y brillante que no sólo se nota en el exterior del pelo, sino que es efectivo desde el interior.

El primer efecto que tiene el Aceite de Coco en nuestro cabello es nutrirlo. Los Ácidos Grasos contenidos en el Aceite de Coco ayudan a mantener las proteinas y la hidratación natural del cabello. Por eso, aunque muchas personas dicen que el Aceite de Coco aporta proteinas al cabello, lo cierto es que ayuda a preservar las existentes. De hecho, el Aceite de Coco no contiene ninguna proteina en su composición. Este es el motivo de que el uso frecuente de Aceite de Coco en el cabello proporcione a este un aspecto más sano y lo dote de volumen natural: las proteinas que están actuando son las propias del cabello.

El cabello se nutre con Aceite de Coco

El Aceite de Coco también es reconocido por se un tratamiento contra la caspa muy efectivo. Utilizar con frecuencia el Aceite de Coco en el cuero cabelludo asegura un pelo libre de caspa. Cuando la caspa está causada por tener el cuero cabelludo seco, o por una enfermedad derivada de hongos o levaduras, como la dermatitis seborreica, el Aceite de Coco es muy eficaz porque además de ser un gran hidratante, tiene un efecto antimicrobiano que acaba con los hongos, como podemos leer en este artículo.

Vamos ahora con la aplicación del Aceite de Coco en el cabello. Para empezar, es fundamental tener el pelo limpio y, si es posible, libre de enredos, para poder realizar una correcta aplicación. Como hemos mencionado en otros artículos, el Aceite de Coco se encuentra de manera natural en estado líquido a partir de los 25-26 grados centígrados de temperatura y en estado sólido por debajo de esta temperatura. Para usarlo en el cabello, tendremos que hacerlo en su forma líquida. Si lo tenemos en forma sólida, bastará calentarlo unos minutos al baño maría para que se vuelva líquido. Alternativamente, si ponemos un poco de aceite en estado sólido en nuestras manos y lo mantenemos entre ellas unos minutos, el calor de nuestro cuerpo hará que se derrita del mismo modo.

Para casos de cabello seco o dañado, aplicar el aceite por todo el cabello, masajeando ligeramente para asegurar que llega a cada pelo. Dejar actuar el tiempo requerido y, si se precisa, enjuagar. Para saber cuanto tiempo debemos tener el Aceite en el pelo o para averiguar si debemos aplicar más cantidad, tendremos que observar la reacción del pelo al aplicar el Aceite de Coco. Cuando el pelo necesita más Aceite de Coco o requiere de más tiempo de aplicación, podremos notar como el aceite se absorbe de manera rápida, sobre todo en las puntas del cabello seco y dañado. El mejor consejo que podemos dar es prueba y ensayo. Ir aplicando pequeñas porciones hasta que notemos que el cabello deja de absorberlo y se mantiene brillante. Se puede enjuagar con facilidad igual que si fuese un acondicionador. Otras personas deciden dejárselo puesto y no enjuagarlo. No hay nada de malo en ello siempre y cuando no hayamos aplicado demasiada cantidad que haga a nuestro cabello tener un aspecto graso y descuidado.

Para el tratamiento de la caspa, debemos aplicar el Aceite de Coco directamente en la cabeza, masajeando para asegurar que llega a cada folículo. Sus propiedades antimicrobianas, antivíricas y fungicidas se encargarán de acabar con los hongos. En estos casos, es importante dejarlo actuar al menos 30-45 minutos antes de aclararlo.

Para más información e instrucciones, click aquí.

Aceite de Coco líquido

¿Necesita más información?

Suscríbase al blog de manera gratuita dejando su dirección aquí y recibirá automáticamente los nuevos artículos sobre el Aceite de Coco que vayamos publicando en esta web. No usaremos su correo electrónico para nada ajeno a este blog ni recibirá correo basura de nuestra parte.

Cargar más